Hay un tema que lo traigo atravesado desde hace semanas y es
hora de sacarlo.
Estoy muy lejos de la política y de todos los intereses que
hay detrás de cada faramalla que se realiza en éste o en cualquier lugar, sin
embargo, el uso del sentido común nadie me lo quita.
Sigo impactada ante el “Monumento a la Paz” o “Fair Play”
recientemente inaugurado en Cancún, aprovechando la “Copa Mundo Maya”.
En primer lugar ¿por qué hacerle un monumento a la paz, si
no tenemos paz? ¿o es que las noticias locales que a diario escuchamos o leemos
no cuentan? ¿Y tampoco los testimonios de vecinos, conocidos y los propios, con
nuestras historias acerca de un hecho del cuál hemos sido víctimas de la
delincuencia? ¿es eso estar en paz?. Segundo ¿por qué gastan dinero para hacer
ese espantocérrimo balón, mientras hay muchísimas calles que no cuentan con
banquetas para que la gente pueda transitar a pie sin exponer su vida? y no
sólo en regiones terriblemente pobres, sino en toda la ciudad. Y tercero, suponiendo
que ésta es una ciudad con tanta paz que merece un monumento y que además es segura,
limpia y todo funciona a la perfección (cuando hablo de ciudad no sólo me
refiero a la zona hotelera, sino a toda la ciudad) y nos preocupamos tanto del turismo,
como de la gente que día a día saca adelante a Cancún…. ¿quién tuvo el atrevimiento
de diseñar este modelito? ¿y quién aceptó dicho diseño? Se supone que queremos
darle a Cancún una imagen de primer mundo, de vanguardia, de ciudad cosmopolita…
y nuestros “monumentos” son más kitsch que un frasco de Nivea en una palanca de
velocidades (otro ejemplo, la Glorieta del Ceviche). Un balón multicolor con
una paloma embarrada, sin ningún sentido de la estética. Dejen de gastar dinero
en cosas inútiles, que sólo ensucian un paisaje con un símbolo tan hermoso como
el de nuestra bandera nacional y pónganse a hacer obras que de verdad
enaltezcan a nuestra ciudad. Yo amo Cancún, pero no me alegro de este tipo de
teatritos, como ser nombrada “Capital Mundial de la Paz”. Debemos exigir que
realmente exista paz, no sólo para los turistas, sino para todos sus
habitantes. Amar a Cancún no significa taparle sus defectos, significa trabajar
para ser mejores, canalizar recursos hacia donde se requieren. No necesitamos
nombramientos absurdos, ni postularnos como una de las 20 ciudades más hermosas
del mundo, cuando no lo somos.
Si queremos recuperar el liderazgo turístico no será a base
de mentiras, sino de realidades. Hay muchas cosas de las cuáles estar
orgullosos, pero faltan otras muchas.
Ese bodrio espeluznante con una paloma estrellada, no sirve
de nada. Tantas mentiras a nadie ayudan.