Sólo un
corazón desgarrado puede entender la grandeza de Chavela… porque un corazón
hecho añicos habla en su mismo idioma y comparte el mismo llanto, brinda por el mismo duelo y canta por el mismo
adiós, que, aunque es otro, siempre acaba siendo el mismo.
Cada que
suena una canción de Chavela, se vierte un tequila que ha de ser bebido a la
salud de alguien que ya se fue, pero también a la salud propia, por ser un
sobreviviente del desamor y del abandono, e irónicamente, por tener la dignidad
de quien agarra los trozos del suelo y canta “… ojalá que te vaya bonito…” .
Chavela hacía
de cualquier canción un llanto, un desquebrajamiento del alma, de la propia y
de la de cualquiera.
Chavela, además de Chamana, era la
exorcista de todas las almas atormentadas por los demonios del dolor, de todas
las penas que necesitan salir, porque no caben en el alma…
Chavela nos
es tan familiar, porque ha sido la compañera de parranda, de llanto y de noches
en vela, por eso la pérdida se convierte en propia.
Chavela, la
misma que nos ha cantado cien veces seguidas la misma canción… hasta que se
acaba el tequila, o hasta que se nubla la razón.
Chavela no
tenía que morir para trascender… hace años lo había hecho.